Édouard Manet
Autorretrato en el que la figura se recorta ante un fondo en sombra, iluminada por un reflejo que valora, asimismo, al perro que se halla tras ella. El método, la técnica queda relegada al mero papel de instrumento al servicio de un intenso sentimiento realista, es poco convencional y su formulación pictórica ciertamente revolucionaria; por ello el cuadro, pintado en 1875, fue rechazado al ser presentado al Salón de París al año siguiente. Tal suceso se repitió en varias ocasiones y tiene, sobre la anécdota, el valor de demostrar la posición de los jueces de la pintura oficial de la época ante una tendencia realista cuya libertad de lenguaje pareció entonces ofensiva.
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