Quentin La Tour
Cuando La Tour pinta este autorretrato -al emplear tizas de color, la pintura al pastel es más dibujo que verdadera técnica pictórica-, es uno de los retratistas más codiciados de su tiempo. A pesar de eso, renuncia a toda autosuficiencia, a motivos que resalten la dignidad y a una sublimación solemne. El carácter íntimo de la pintura al pastel, que no conoce grandes formatos ni patéticos claroscuros, se intensifica aún más con la postura distendida del representado, que parece sonreír complaciente al espectador.
Pero, si se observa con detenimiento, la expresión del rostro adquiere una ironía moderada, con un hálito de superioridad; su postura aparentemente franca se vuelve impenetrable. El frío colorido del pastel, definido por el azul, introduce al pintor en un mundo hermético de cuidada artificiosidad, que en ningún momento ofrece un punto de encuentro. La claridad no es luminosidad; es extrañamente estática, independiente de las variaciones de la iluminación, moderando así lo momentáneo del dibujo fresco y espontáneo. El material de la tiza al pastel no representa el polvo de la peluca: es el polvo mismo; su irisación mate es el del terciopelo. Distancia e intimidad: en el arte al pastel de La Tour se pueden observar los dos aspectos simultáneamente.
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