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lunes, 22 de abril de 2013

Vocación de los primeros Apóstoles / Domenico Ghirlandaio

Capilla Sixtina, Vaticano / Pared norte

Domenico Ghirlandaio
Corren los años de 1481-1482. El encargo de Sixto IV para decorar al fresco la capilla que lleva su nombre es la consagración oficial del arte florentino. Domenico Ghirlandaio pinta aquí cuando Jesús llama a los dos primeros discípulos, Pedro y Andrés, que estaban echando la red, y la Resurrección del mismo Cristo; la cual estaba colocada sobre la puerta. Más tarde, la Resurrección desapareció por completo con la demolición de la pared. 
Ghirlandaio se reviste aquí de una solemnidad desconocida en su quehacer como pintor. En el fondo, cada personaje encuentra su sitio y la narración se modera y frena en una intencional y ensimismada abstracción. Cede un poco al gusto grato al pintar el parlanchín grupo de mujeres, a la izquierda, y al asomarse curioso de quien, algo más lejos, quiere ver y, acaso, hacerse ver. El paisaje se vuelve amplio, espacioso, rico en sugestiones, árboles, aguas, y se pierde en lontananza entre un ondular de colinas. Pero donde Ghirlandaio se reencuentra a sí mismo es, especialmente, en el nutrido grupo de personajes de la derecha que son todos, o casi todos, auténticos retratos. Están representados allí los componentes más importantes de la numerosa colonia florentina establecida en Roma, personajes pertenecientes a las más ilustres familias de la ciudad, y que representaban en la Ciudad Eterna los establecimientos de crédito y comercio de la poderosa casa de Médicis. Entre todos los personajes retratados sobresale Giovanni Tornabuoni, hermano de Lucrezia, Giovanni es ya una persona entrada en años, o por lo menos lo aparenta, por el rostro austero y las profundas arrugas que le marcan la frente y las sienes, están también representados sus dos hijos, Lorenzo y Giovanni, que reconocemos gracias al feliz pincel de Ghirlandaio. Lorenzo está de pie delante del padre, casi todavía un niño, el rostro triste de suave y delicada carnación casi femínea. Está triste, y tal vez presagia ya las futuras lejanas desdichas, el desastre financiero a la muerte del padre, la pérdida de la joven esposa. Algo más lejos, de perfil, está representado tal vez otro Tornabuoni, Cecco, culto y gentil. El último personaje del grupo de la derecha es un miembro de la familia Vespucci, Giovanni Antonio, de perfil expresivo y afilado, iluminado por una clarísima luz que un poco parece moverlo a risa. Hay luego un gentilhombre, con la cabeza descubierta, de blancos cabellos y aire pensativo, que emana a decir verdad una sensación de cálida serenidad: hay quien cree se trate del florentino Francesco Soderini, quien piensa en el romano Raimondo Orsini, de la potente familia fuertemente ligada al solio pontificio. Inmediatamente detrás de Jesús vemos la severa figura de Diotisalvi Neroni, justo en el centro de la escena, con sus rasgos incisivos de aspecto imponente. Tiene la mirada atenta, ojos perspicaces y boca sutil apretada, casi como si en su mente revolviese oscuros pensamientos. Su actitud es modesta, y sin embargo ya se manifiesta en ella la ambigüedad de su persona. Lo unía una antigua amistad con la familia de los Médicis, y era hombre de tanta prudencia que Cosme el Viejo le había recomendado a su hijo Piero tenerlo junto a sí en la silenciosa y algo disimulada guía del Estado. Para Diotisalvi Neroni, Roma fue la ciudad de un más o menos voluntario exilio, y allí también siguió siendo un solitario. Tal vez ésta sea la razón por la cual Ghirlandaio lo retrató sí junto a los florentinos, pero solo, a espaldas de Jesús, casi como si fuese la sombra de Judas. O tal vez es la fantasía que, guiada por el fácil narrar del pintor, se desenfrena y crea en la historia algún fantasma. 
Entre los florentinos está también Argirópulos: el viejo de aire resentido, con el rostro algo fláccido enmarcado por una corta barba blanca y la cabeza cubierta con un extraño sombrero duro, casi prelaticio. Giovanni Argirópulos, griego, nacido en Constantinopla pero expulsado de su ciudad por los turcos en 1453, había encontrado refugio en Florencia en el culto grupo reunido en torno a los Médicis, que lo habían hospedado durante quince años. Había sido profesor de griego en la universidad florentina, y Lorenzo el Magnífico le concedió la ciudadanía de esa ciudad, de Florencia, que se había convertido en su patria adoptiva. Cuando Argirópulos se trasladó a Roma llamado por Sixto IV, siguió considerándose florentino y como tal, con los demás, Domenico Ghirlandaio lo retrató. 
En el fresco los colores son vivos, brillantes, y acarician luminosos la delicadeza de los cutis y los variados matices de las vestimentas solemnes o de las de los más jóvenes, a la última moda.

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