Museo de Dresde
Alberto Durero
En el centro, la Adoración del Niño, y en los laterales, san Antonio, a la izquierda y a la derecha san Sebastián.
Son visibles elementos flamencos en el anecdótico san José y en el tipo físico de la Virgen. En el abultado rostro de la Virgen, casi vulgar en la placidez de la adoración, tal vez envilecido por el tiempo al resecarse y oscurecerse los tenues colores al temple. Aparte de la sabiduría pictórica y del dibujo, aparte de la iconografía narrativa, que nos parece inusitada, la carga patética, la atmósfera de vida y de muerte, crepuscular y extraña, fueron ciertamente deseadas y creadas como tales por Durero; esta Adoración sin alegría de un niño demasiado pequeño y tan profundamente dormido que parece un pequeño cadáver, recuerda la comparación teológica entre el sueño de la infancia y el de la muerte; recuerda el corporal de la liturgia, el pequeño mantel que el sacerdote extiende sobre el altar para colocar la hostia consagrada y que simboliza los pañales de Jesús niño y el sudario de Cristo muerto. Adoración y Llanto se unen así; y por algo las Vírgenes venecianas que adoran al Niño dormido en sus regazos evocan irresistiblemente la imagen de la Piedad.
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