Museo del Louvre
Jean Baptiste Siméon Chardin
Los retratos que Chardin realiza
al pastel -como éste que contemplamos- gozan de una cuidada construcción y una
intensidad emotiva igual a sus escenas de género o sus bodegones. El traje, la
visera o los anteojos están realizados con la misma atención que los objetos de
las naturalezas muertas, interesándose por los detalles y las calidades de las
telas, como podemos comprobar en la visera o la cinta rosa que le rodea la
cabeza y el cuello. Su intensa mirada se dirige al espectador, recogiendo la
expresividad del rostro a través del gesto. La luz procedente de la derecha
impacta en la zona derecha de la cara y proyecta la sombra hacia la izquierda,
tal y como habían hecho los grandes maestros del Renacimiento -Tiziano- y del
Barroco -Van Dyck o Velázquez-. Al recortar el busto ante el fondo neutro
aporta mayor volumetría a la figura y evita que el espectador pierda el tiempo
en otros puntos de referencia, para centrar nuestra atención en la personalidad
del artista. Con estos retratos al pastel, Chardin tuvo algo más de éxito que
con los que pintó al óleo, mostrando una vez más su deseo de labrarse una
fructífera carrera, a pesar de la edad y de haber renegado de sus funciones en la
Academia.
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