Palazzo Reale, Turin
Leonardo Da Vinci
La imagen típica de Leonardo que
ha trascendido hasta nuestros días fue diseñada en 1516, a partir de este
autorretrato, voluntariamente adornado con ciertas características que el
artista deseaba que trascendieran. El dibujo está hecho con tiza roja sobre un
papel coloreado, un tipo de papel que Leonardo elegía con mucho cuidado. En el
retrato podemos apreciar los rasgos ennoblecidos del pintor e ingeniero, que se
adorna a sí mismo con las galas de los antiguos filósofos: frente cargada,
surcada de profundas arrugas en alusión a su intensa actividad intelectual.
Largos cabellos ondulados, de la misma longitud que la barba, signo de cierto
descuido aparente por la presencia, típico de pensadores lejos de las
preocupaciones de este mundo. Y una boca firmemente apretada, como indicando la
dedicación de Leonardo a un tremendo problema que considera irresoluble.
Evidentemente, los rasgos físicos de Leonardo están ahí, pero también una serie
de códigos que se han mantenido hasta nuestros días, cuatro siglos después,
como el vivo retrato del artista, del sabio, del hombre del renacimiento.
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