Paul Cézanne
Ambroise Vollard inició estudios de derecho pero se interesó por la pintura, asistiendo con frecuencia a la tienda de "père" Tanguy donde pudo admirar las obras de los impresionistas, interesándose por Cézanne. En 1893 inauguró una galería en la rue Lafitte, convirtiéndose en uno de los marchantes más importantes de la vanguardia. Vollard conocía al hijo del maestro de Aix y consiguió organizar una exposición exclusiva de Cézanne entre noviembre y diciembre de 1895, reuniendo 150 cuadros. La prensa y el público acogieron con entusiasmo la muestra, obteniendo un importante éxito de ventas. Gracias a este contacto surge este espectacular retrato del que tenemos numerosas fuentes escritas. El propio Vollard escribe: "tras ciento quince sesiones, Cézanne abandonó mi retrato para regresar a Aix. Me hizo dejar en el estudio las ropas con las que había posado, con la idea de rellenar, a su regreso a París, las zonas blancas de las manos y además, claro está, volver a trabajar en algunas partes". Las sesiones se prolongaban durante tres horas y media diarias, entre las 8 y las 11 y media de la mañana y el pintor sólo admitió estar conforme con la pechera del marchante. El retrato es una obra fundamental en la pintura moderna, anticipando claramente al cubismo. Al igual que en la mayoría de las obras de esta temática, Cézanne renuncia a los rasgos individuales o expresivos para interesarse por el color y las cuestiones formales, aplicando los tonos fríos que dominan el conjunto de manera uniforme, abandonando las pinceladas dinámicas de su etapa impresionista. La figura se sitúa en una habitación que se abre al fondo por una ventana, donde observamos dos siluetas redondeadas que no han sido identificadas. En la mano del marchante apreciamos dos puntos blancos que no están cubiertos de pintura. Dejemos al propio Vollard que nos cuente lo que ocurrió: "llamé la atención de Cézanne sobre ellos y me contestó: 'Si la copia que estoy haciendo en el Louvre sale bien, tal vez pueda encontrar mañana el tono exacto para cubrir esos puntos. ¿No ve, Monsieur Vollard, que si pongo algo ahí a ojo de buen cubero, quizá tendría que pintar de nuevo todo el lienzo, a partir de este punto?'. La idea me hizo temblar". A pesar de no salir satisfecho de este trabajo, la fisonomía del marchante no deja de ser tremendamente realista.
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