Cristo en el sepulcro-Christ in the tomb - Hans Holbein el Joven

Hans Holbein el Joven
Sin duda la pieza capital del Museo de Arte de Basilea. Fiódor Dostoievski quedó tan impresionado por el cuadro durante su visita a la ciudad que, en “El idiota”, hará que uno de los personajes el príncipe Muskin, pronuncie al contemplarlo la frase: “¡He aquí un motivo para perder la fe!”. La fuerza expresiva de la obra reside , en primer lugar, en que ha sido concebida a tamaño natural y en un formato desusado. En segundo término, que el cuerpo de Cristo aparece como el cadáver de un simple humano, presente en él los horribles rictus de la muerte violenta, abandonado en lo que parece un depósito de hospital o un pudridero. Es seguro que la representación escandalizó a muchos de quienes la contemplaron por la evidente irreverencia de presentar el cuerpo de Cristo como un cadáver anónimo que no ha recibido de familiares o allegados un piadoso tratamiento. Abiertos los ojos y la boca, la cabeza está como desarticulada del cuerpo por causa de la rigidez mortal, mientras que los cabellos cuelgan desordenadamente. La mano visible, por su parte, muestra las huellas del suplicio de la cruz; la perforación del clavo ha producido un hematoma que el pintor describe con tintes verdosos y ha dañado el nervio del dedo mayor, que permanece dramáticamente extendido.
Sin duda Holbein pintó su Cristo en el sepulcro utilizando un modelo real, es decir, el cuerpo de un hombre muerto posiblemente de forma violenta. Describe los pormenores de la rigidez cadavérica, utilizando una fuente de iluminación que se halla a los pies del muerto. Esta fórmula desusada produce efectos de acusado dramatismo, uno de los más notables es el conseguido al mostrar el pie derecho en contraluz, tras el cual aparece el izquierdo plenamente iluminado. El relieve de la cadera y el ombligo prominente (resultado del primitivo método utilizado para seccionar el cordón umbilical) personalizan esta anatomía de rasgos famélicos.