Édouard Manet
Manet se presenta en este autorretrato más como un burgués que como un artista. Su elegante traje oscuro y su sombrero negro difícilmente hacen suponer que estaría pintando de esa manera en el estudio. Además, porta la paleta en la mano derecha y el pincel en la izquierda, prueba irrefutable de que emplea un espejo para pintarse. Su figura se recorta sobre un fondo neutro, como venía siendo habitual en la mayor parte de sus primeras obras. Se ilumina con un fuerte fogonazo de luz procedente de la izquierda, igual que hacían sus queridos maestros españoles del Barroco, a los que tanto admiraría en sus visitas al Prado. Las gamas oscuras empleadas son un recurso extraño en estos momentos en que el Impresionismo marca buena parte de su producción. Sin embargo, es muy característica la pincelada rápida empleada, casi como si se tratase de pequeñas comas que organizan la composición, igual que un puzzle. La penetrante mirada del pintor atrae la atención del espectador, demostrando su habilidad para captar las personalidades de los modelos, elemento imprescindible de un buen retratista.
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