Pieter Brueghel el Viejo
Desarrolla Brueghel un tema característico de la iconografía medieval, revistiéndolo de unos caracteres anecdóticos que le proporcionan extraordinario impacto narrativo. Al igual que en la pintura del Bosco, la descripción se basa, en lo ideológico, en una filosofía de hondo pesimismo, mientras que, en lo formal, cabe rastrear elementos tomados de las series de estampas que popularizaron la imagen de la muerte en la Europa nórdica. El marco paisajístico carece apenas de importancia, ya que los primeros términos quedan ocultos por las masas de pequeños personajes que en ellos pululan, al tiempo que las lejanías se hallan oscurecidas por humaredas de incendios, su paisaje vegetal arrasado por la catástrofe. Simbólicamente se yerguen en ellas mástiles coronados por ruedas de carro, lúgubres picotas sobre las que se balancean los cadáveres. El relato es compresible para cualquier espectador; a la izquierda, dos hombres hacen sonar la campana que señala la hora final. Llega la muerte con carácter colectivo, sin respetar sexos ni clases sociales. A pesar del anuncio, coge desprevenidos a todos. En un primer plano, a la derecha, una mesa sin comensales, todavía repleta de manjares, indica tal circunstancia. De la fiesta campestre no sobreviven más que una pareja -en amoroso concierto, inminentemente amenazada pero ajena a lo que ocurre a su entorno- y un caballero que se apresta a desenvainar su espada para defenderse de lo irremediable. Las legiones de la muerte, parapetadas tras sus escudos, avanzan en apretadas filas sobre la masa, que sucumbe al ataque de la vanguardia. El caos está colmado de escenas sangrientas, de personajes horrorizados. Ciertos cadáveres ya han sido amortajados; uno de ellos yace en un ataúd con ruedas. El tribunal de la muerte, presidido por la enseña de la cruz, contempla impasible la hecatombe. Ante él -en el lado izquierdo de la composición- circula un carro cargado de cadáveres que sin duda pasarán a engrosar los ejércitos de los muertos. Revestido de su capa con vueltas de armiño y asiendo todavía el cetro, recibe el rey el golpe fatal. Los cuerpos, en fin, van cayendo segados por las guadañas.
El marco ambiental anodino sirve, en suma, para resaltar la pequeñez, crueldad y falta de sentido común del hombre, que pretende rectificar un destino que le ha sido impuesto. Su visión comporta también una dosis de humor sardónico, patente, por ejemplo, en la figura del juglar, con jubón ajedrezado, que trata de esconderse bajo la mesa. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, el artista era hombre preocupado por el saber de su tiempo, trataba de transmitir un mensaje filosófico valiéndose de unas imágenes cuyo análisis superficial podría resaltar engañoso.
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