National Gallery de Londres
Edgar Degas
El triunfo en el Salón de París
se convierte en una obsesión para los jóvenes pintores que destacan en la
década de los 60. Es cierto que un éxito en este único lugar de exposiciones aseguraba
la fama y casi la fortuna, por lo que había que adaptarse a las exigencias del
jurado, compuesto por personalidades y profesores de la Escuela de Bellas
Artes. La temática histórica era una de las favoritas para este jurado por lo
que Degas se va a enzarzar en varias composiciones históricas durante estos
años. Curiosamente sólo expuso en el Salón una de ellas. Desconocemos el
significado exacto de Jóvenes espartanos, opinándose que sería una alusión a la
rigidez del sistema educativo de Esparta o a la eugenesia - asesinato de niños
deformes o enfermizos - realizada habitualmente desde el monte Taygetus, monte
que se aprecia al fondo de la escena, para preservar la fortaleza de la raza.
Un grupo de niñas a la izquierda del lienzo se enfrenta dialécticamente con los
niños de la derecha. Ambos grupos, en primer plano, dominan la composición,
observándose en segundo plano otro nuevo grupo, esta vez de personas adultas
que rodean al anciano filósofo Licurgo, el ideólogo del sistema pedagógico
espartano. Degas se interesa especialmente en esta obra por el dibujo a la hora
de realizar sus figuras. Tomó como modelos a los niños y niñas de las calles de
París, ofreciendo una muestra significativa de realismo. Su deseo de satisfacer
al espectador le llevó a retocar en numerosas ocasiones a los jóvenes,
especialmente el grupo femenino, como se puede apreciar por los repintes. Es
destacable la actitud de tensión que ha sabido reflejar el artista entre sus
figuras, existiendo algunas que desean relacionarse con los miembros de su sexo
opuesto - en ambos casos - y otras que se mantienen más distantes e incluso
indiferentes. Los bellos cuerpos desnudos o semidesnudos del primer plano
contrastan con los gruesos ropajes de las figuras que se colocan inmediatamente
detrás de ellos. Respecto al color, resulta interesante el empleo de tonos muy
armónicos, presididos por los amarillos y los ocres, añadiendo algunas
tonalidades para contrastar como el negro, el azul o el blanco. Al recurrir a
una iluminación de atardecer se intensifica el color amarillento dominante,
creándose cierta sensación atmosférica. Degas se mostró siempre satisfecho con
esta obra, a pesar de no exponerla en ninguna ocasión.
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