Edgar Degas
En esta ocasión, Degas muestra un
estudio de danza en el que las bailarinas no son profesionales sino
adolescentes que inician sus primeros pasos en ese mundo. El futuro de las
mejores sería participar en las representaciones del Teatro de la Opera y
encontrar un protector que las retirara pronto de un ambiente que casi rayaba
la prostitución. Por supuesto que esta faceta triste de la danza nunca la
presentará el pintor, por lo menos de manera evidente. En primer plano
contemplamos un grupo de tres figuras en el que destaca la madre de una de las
jóvenes que ha ido a buscarla. Para esa figura posaría el ama de llaves de
Degas, Sabine Neyt. En la zona de la izquierda vemos una pequeña escalera de
caracol por la que baja otra joven, procedente del piso superior. Este recurso
está inspirado en los grabados japoneses que tanto atraerán a los pintores
impresionistas. En el fondo aparecen más alumnas ejecutando diversos pasos,
dirigidas desde lejos por el maestro de baile, vestido con una camisa roja. En
la pared se abren tres grandes ventanales por donde entra una brillante luz
solar, tamizada por cortinajes casi transparentes. De esta manera se crea una
atmósfera especial, en la que la luz provoca maravillosos contrastes entre
zonas iluminadas y ensombrecidas. Será la luz la que cree diferentes efectos
cromáticos en los vestidos de las bailarinas. Precisamente, en cuanto al color,
Degas emplea sus tradicionales contrastes entre el blanco de los vestidos con
el rojo y el negro de las cintas y el siena de las paredes y el suelo. La
sensación de movimiento y la influencia de la fotografía - al cortar los planos
- hacen de esta obra un auténtico ejemplo de modernidad. Era tanto el interés
de Degas por las bailarinas que tenía una numerosa colección de dibujos de las
que habían posado en su estudio, utilizándolas sucesivamente dependiendo de la
obra.
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