Salvador Dalí
Este lienzo es un homenaje por
excelencia a su madre que toma aquí el aspecto de una gran matriz de formas
imprecisas. La forma emerge de un desértico paisaje que en otros tiempos fue
marino y guarda un gran parecido con otro cuadro: “El gran masturbador”.
Dalí debió aprender estos
paisajes oníricos, desolados, de la contemplación de los tortuosos acantilados
de Cadaqués, de la pintura de Giorgio de Chirico, uno de los pintores más
respetados por los surrealistas, y de la arquitectura fantástica de Antonio Gaudí,
al que admira desde la infancia.
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