Fra Angélico
La composición busca el perfecto equilibrio de masas; el cadáver de Cristo, sostenido por José de Arimatea, se halla flanqueado por las figuras de la Virgen y san Juan, ambas en reverente y acongojada actitud de besar sus manos. Los contornos del sepulcro, excavado en una formación rocosa de vivas aristas, arropan a los personajes situados ante él. Fray Angélico ideó sin duda este escenario con el propósito de subrayar el hecho de que el cuerpo del Salvador –como el de los mortales- iba a ser entregado a la tierra. Para el espectador que conozca el Nuevo Testamento, la oscura entrada rectangular del sepulcro sugiere el inmediato episodio del descenso de Cristo a los Infiernos, durante las tres jornadas que precedieron a su resurrección. A pesar de su estatismo, posee la composición una evidente intención narrativa. El pintor manifiesta en ella su exquisito gusto, una peculiar sensibilidad para la armonización de colores complementarios –alternancia de azules y carmines en los ropajes de la Virgen y san Juan- y, por encima de todo, su profundo sentimiento religioso.
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