Pieter Brueghel el Viejo
Obra de sorprendente imaginación, realizada sólo dos años antes de la muerte del artista. Tan fabuloso reino ha sido representado por un paisaje placentero, a orillas de un lago, en el que se yerguen formaciones rocosas de manteca o azúcar, de las que emerge un hombre armado con una cuchara, sin duda satisfecho de su labor de zapa en tan golosa materia. Un cerdo se pasea por los términos lejanos; lleva un cuchillo hincado en su lomo y alguien ha consumido ya parte de su solomillo, utilizando el animal como charcutería ambulante. Algo más cerca, un pavo desplumado se introduce de buen grado en una fuente de estaño, a la espera de ser comido. Los habitantes de tan paradisíaco país aparecen tendidos en el suelo, reponiéndose de los excesos gastronómicos. Olvidadas junto a ellos yacen sus armas, instrumentos inútiles en esta tierra de la abundancia. Sobre la mesa redonda colocada en torno al tronco del árbol se acumulan manjares y recipientes, esperando la reanudación de los apetitos de los durmientes. A la izquierda, bajo una construcción cuyo tejado lo forman innumerables tartas, hace acto de presencia un guerrero cubierto con yelmo, quien parece haber perdido todo su espíritu bélico. Por encima de cualquier otra consideración, es evidente que Brueghel ha pretendido ir más lejos que la mera anécdota. Jauja, la tierra de promisión donde nada falta, donde el hombre no debe realizar esfuerzo alguno para su supervivencia, se presenta aquí como la medicina ideal de la humanidad, que en este medio podrá olvidar sus permanentes querellas y ansia de poder.
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