Pieter Brueghel el Viejo
Los grandes cuadros de Brueghel recuerdan la actividad de un hormiguero, con miríadas de pequeños personajes pululando por su superficie, como se agitaban los demonios en las tablas religiosas del Bosco. Es inevitable relacionarlos, aunque son bastantes las diferencias que los separan. La impresión que causa este cuadro en un primer instante es el del caos más absoluto. Sin embargo, a poco que se estudie se advierte una sutil estructura en zig zag que nos conduce desde el primer plano donde se encuentra María, consolada por San Juan y las santas mujeres, hacia izquierda, derecha, etc. Así podemos seguir el desfile de asistentes a la crucifixión. En el centro exacto del panel está la figura de Cristo bajo la cruz, hacia la cual se inclina la cabeza exánime de su madre. Al fondo, al final de la serpiente formada por la masa humana, un círculo perfecto de curiosos rodea el lugar donde se están levantando las cruces. Allí el cielo se ha oscurecido y las nubes ocultan el sol, los cuervos sobrevuelan el lugar y los perros pelean entre sí. En la procesión, los hombres riñen con sus esposas, los buhoneros se acercan con sus mercancías y los caballeros cabalgan con orgullo sus monturas. Es un ambiente casi de feria, ante el que lloran desconsoladas las santas mujeres, ocultando sus rostros en pañuelos de encaje, como princesas flamencas del siglo XVI.
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