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viernes, 15 de febrero de 2013

La destrucción del templo de Jerusalén / Nicolás Poussin

Kunsthistorisches Museum, Viena


Nicolás Poussin
El cuadro, pintado en 1638-1639 por encargo del cardenal Francesco Barberini, sobrino y estrecho colaborador del papa Urbano VIII, así como gran mecenas de la Roma barroca, representa la entrada de Tito en Jerusalén sin ahorrar dramatismo ni escenas violentas. Obedece a la intención de Poussin de crear un arte que supiese narrar las vicisitudes humanas con toda su densidad emotiva. La escena está enmarcada por la imponente columnata del templo, donde se produce el saqueo. Los legionarios se apoderan de los objetos sagrados, como la mesa para los doce panes que se ofrecían diariamente, siguiendo un rito antiquísimo. El encarnizamiento de los soldados romanos contra los judíos derrotados, además de los cuerpos exánimes y las cabezas de los decapitados en primer plano, atestigua la carnicería perpetrada en Jerusalén, conquistada tras un largo asedio. «Tito dio orden de que no se matara a nadie que no estuviera armado y que se combatiera contra los hombres armados, pero que todos los demás salvaran la vida», cuenta Flavio Josefo, cronista de la rebelión judía, que escribe bajo la tutela de la dinastía de Tito y contribuye a forjar su leyenda de hombre generoso. También aquí el comandante del ejército romano y futuro emperador hace un gesto como para ordenar que se ponga fin a la matanza.

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