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jueves, 14 de febrero de 2013

Jirafa ardiendo / Salvador Dalí

Kunstmuseum, Basilea

Salvador Dalí
Los dos maniquíes femeninos, elementos que evocan tanto los maniquíes de De Chirico como el trabajo de Dalí como escaparatista, nos devuelven una imagen morbosa y deformada de la sexualidad femenina. Cuerpos alargados, inspirados en El Greco, de los que sobresalen protuberancias vagamente fálicas sostenidas por frágiles muletas, un motivo que Dalí toma de Freud. La inquietud y lo grotesco quedan aún más acentuados por la pose de las figuras que se asemejan, no sin un cierto sentido del humor, a las de las revistas de moda de la época, en las que el artista colabora. El cuerpo de la figura que aparece en primer plano está atravesado por cajones abiertos que invitan a diseccionarlo, a explorar su interior en busca de los secretos, más recóndito del alma. Son mujeres de cuerpos espectrales que representan el ideal de cuerpo desmontable al que el artista aspira. Las muletas y las protuberancias parecen cuchillos clavados en los cuerpos, casi la negación de la función de sostén y apoyo que deberían desempeñar. El elemento que da título a la obra aparece paradójicamente al fondo. Se trata de una imagen perturbadora: un animal en llamas en un paisaje desértico, apenas esbozado, con solo algunas montañas. Estamos en el territorio de los sueños, del inconsciente, donde las imágenes descontextualizadas asumen nuevos y misteriosos significados. Los colores dominantes son fríos; particular relieve asumen, por contraste, los amarillos y rojos, como el del fuego que consume a la imperturbable jirafa reducida a una sombra. El largo cuello del animal crea un vínculo ideal con las dos figuras que dominan la composición.

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