Paul Gauguin
En éste autorretrato, los colores dominantes son un rojo y un amarillo vivísimos y enteros, que parten el cuadro por la mitad. A ellos se superpone la faz aguileña y snob del pintor con trazos rotundos y un modelado consistente. Pero además Gauguin se entrega al simbolismo y se adjudica los atributos que le revisten de la condición de nuevo Adán, junto a las manzanas que penden de una ramita y teniendo una serpiente entre los dedos. El reptil y los tallos de una extraña planta se combinan para formar un arabesco y establecer particiones tajantes del espacio pictórico, a la manera de los esmaltes alveolados.
Y todavía el autor se concede a sí mismo una aureola de santidad, flotante sobre su cabeza, en una curiosa exaltación de la propia personalidad.
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