Auguste Renoir
La visión del paisaje es hasta cierto punto concomitante con la de Monet en Las amapolas. Renoir pintó este cuadro hacía 1875 –dos años después que el citado- en algún lugar de los alrededores de París. Adopta la composición un horizonte muy alto, como consecuencia de la ondulación del terreno, en el que prosperan matorrales floridos y crecen algunos árboles. El celaje es un mero telón de fondo, puesto que su diafanidad no le concede un papel expresivo. Las circunstancias atmosféricas proporcionan una luz dorada y brillante que se extiende sobre el paisaje como una nube de polvo dorado. En el sendero aparecen una mujer con sombrilla y un niño, mientras que en el lejano perfil de la colina se recortan las siluetas oscuras de dos paseantes. Su presencia sirve, como en la obra de Monet antes aludida, para establecer la temporalidad del momento.
Un examen en detalle permite comprender algunos de los secretos técnicos de Renoir. Sorprende, en primer lugar, la extraordinaria economía de medios en la plasmación del paisaje; la pradera y los árboles, por ejemplo, no son más que manchas fluctuantes o rápidos trazos de pincel. El análisis de las figuras, en segundo término, revela un empaste generoso, en el que las aplicaciones de pintura cobran acusado relieve, lo que les proporciona un doble valor cromático y volumétrico. A ello se suma el que algunos elementos, como el cuerpo de la dama que lleva la sombrilla, han sido dejados en reserva y producen un efecto similar al de un negativo fotográfico.
La obra que debería ir de la mano de ''Far and Away''
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