Thomas Girtin
Esta vista de las orillas del Támesis sugestiona, en su aparente sencillez, por el blanco obsesivo de la casita y su reflejo en el agua. Nos damos cuenta de que el pintor se divierte obligándonos a mirar la mancha blanca, que nos impide fijar la atención en el ancho y profundo paisaje de horizonte bajo y masas grises, donde sólo la casita recoge la última luz de la tarde y, al reflejarla, golpea con ella nuestra imaginación, que querría adivinar el misterio oculto tras la rutilante pared.
Pintó Girtin esta acuarela en 1800, cuando aún era un mozo de veinticinco años y le quedaban dos de vida. Más tarde, un comerciante se encontraba al celebérrimo Turner y se atrevía a decirle: “Maestro, tengo una obra mejor que cualquiera de las suyas.” A lo que replicaba Turner: “Entonces es que ha conseguido La casa blanca de Chelsea de Tom Girtin.” Tal era el prestigio alcanzado por esta pequeña pintura que en realidad, mirada con sentido crítico, es un capricho de virtuoso.
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