Édouard Manet
Su composición, con la figura principal tendida sobre un lecho en el que se halla extendido un mantón floreado, recuerda muy directamente la Venus de Urbino de Tiziano, que el propio Manet había copiado en Italia. A los pies de la modelo aparece un gato y una criada negra que presenta un ramo de flores envuelto en papel. El cuadro se halla, pues, en la línea temática tradicional de las venus y muestra, asimismo, el conocimiento de las majas goyescas. Su concepto y tratamiento, sin embargo, son ciertamente innovadores. En primer lugar, el desnudo ha sido descrito con un verismo total, desdeñando la idealización de la carne que, en la obra académica del momento, cobraba banales calidades de porcelana. La iluminación es atrevida e intencionada, de modo que las formas se recortan con nitidez, valorando la sensualidad del cuerpo desnudo. También la actitud de la modelo, con las pierna cruzadas y una mano sobre el muslo, ha sido minuciosamente estudiada, como lo demuestra además el hecho de que Manet realizase una acuarela y un dibujo a la sanguina, previos a la iniciación del cuadro. Constituye una auténtica provocación –de acuerdo con las normas tradicionales del desnudo- el aderezo de la modelo; pendientes, una cintilla al cuello de la que cuelga una perla, brazalete en el antebrazo derecho y un pie calzado con zapatilla. Consiguientemente, su exhibición había de despertar polémicas relativas tanto a la moralidad del cuadro como a su procedimiento de ejecución.Ha de considerase esta obra como el hito que señala el definitivo rompimiento de Manet con la tradición pictórica. Sirviéndose de un tema que tiene numerosos precedentes, se sitúa al margen de las tendencias anteriores, tanto de las que idealizaban la representación, como de aquellas que perseguían un realismo científico. Un examen en detalle permite observar en este cuadro el secreto técnico de su autor. El color ha sido aplicado por medio de largas pinceladas, cada una de las cuales posee entidad propia. El toque juega a oponer luces y sombras, y a insinuar la transición tonal que constituye el secreto de la realidad óptica. Es, pues, un procedimiento que se limita a la sugerencia de los efectos, dejando numerosos elementos en un estado de inconcreción. Manet ha conseguido postergar definitivamente el método del claroscuro.
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