Hyacinthe Rigaud
Una muestra del aprecio que el propio monarca sentía por esta obra la ofrece el dato de que, a pesar de que había sido encargada con el propósito de enviarla a Felipe V de España, decidió conservarla en su propia colección. El éxito de este retrato estriba en el acierto del pintor al crear un prototipo de representación mayestático, en el que no se omite ninguno de los atributos tradicionales de la realeza y, al propio tiempo, se integra la figura del monarca en un marco que corresponde al momento. Rigaud pone de manifiesto una virtuosa capacidad para transcribir en el lienzo una atmósfera palaciega en la que se combinan los materiales suntuarios: mármoles, telas preciosas, metales nobles y joyas. Con objeto de realzar la monumentalidad de la figura, su poder ilimitado, adopta además el pintor un punto de vista muy bajo. Todos estos principios pasarían inmediatamente a constituir el credo de la pléyade de retratistas franceses del momento.
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