Museo del Prado
El Bosco
Gran tríptico, llamado también por su nombre tradicional de la “pintura del madroño”. El exterior de sus puertas representa en grisalla la Creación del mundo, con la aparición de la primera flora sobre el planeta. Delicadas gradaciones de claroscuro componen formas fantásticas de escasa entidad corpórea, de modo que al abrir el tríptico se asiste, por contraste, a una autentica explosión cromática.
Se inicia la secuencia de la narración en la tabla de la izquierda, donde aparece la creación, con la figura divina que acaba de dotar a Adán de una compañera, Eva. Presidiendo el Paraíso, en el centro de la laguna, una extraña fuente de color rosado y forma entre escultórica y vegetal.
En la tabla central se da paso, a una orgía compositiva: el Jardín de las Delicias. En los primeros términos, mujeres y hombres –algunos de ellos de raza negra- se dedican a sofisticados juegos. Algunos grupos o parejas buscan asilo en el interior de esferas que semejan frutos y bayas, y se protegen con flores de transparentes corolas. Peces, pájaros y moluscos de descomunal tamaño se combinan con los humanos. La laguna del primer término acoge numerosos bañistas y esferas flotantes en las que las parejas desarrollan amorosos entretenimientos.
El centro del Jardín de las Delicias está constituido por un estanque circular en el que se bañan por grupos mujeres blancas y negras; posadas en sus cabezas aparecen garzas, cuervos y pavos reales. En torno al estanque se desarrolla una cabalgada que tiene aspecto procesional. La muchedumbre de ambos sexos monta camellos, gatos, jabalíes, unicornios, ciervos, grifos, cabras, caballos y otros muchos animales que escapan a todo intento de clasificación.
Finalmente, aparece en el término más alejado de la composición una laguna de orillas rectilíneas, en la cual desembocan los cuatro ríos del Paraíso. En ella se observa la presencia de embarcaciones con figuras acorazadas, extrañas sirenas, una barca con un hombre negro y una mujer blanca.
Representa el artista, después de la calma de la Creación, la realidad de un mundo dominado por los vicios y entregado, en particular, al de la lujuria. La confusión que produce una primera visión de conjunto no basta para ocultar muy claras descripciones del pecado de la carne, que ha sido tratado aquí con pasmosa libertad de expresión. Se complace, en suma, el pintor en ofrecer una visión de la amoralidad del mundo terrenal encadenado a sus sentidos.
La tabla del lado derecho cierra el ciclo narrativo. Describe El Bosco el destino de la humanidad lujuriosa, el infierno. Purgan en él su pecado los mismos personajes, sometidos a curiosas torturas en máquinas que adquieren el aspecto de instrumentos musicales, relojes de sol, miembros humanos o formas entre zoológicas y vegetales. Al fondo, explosiones ígneas recuerdan la naturaleza propia del averno. Su visión pesimista juzgan el mundo dominado por el mal, el pecado y la locura, lo que ha de conducir irremediablemente a la muerte, la condenación y los horrores del infierno.