Antonello da Messina
Una de las creaciones más importantes de este maestro, porque en ella se condensan y resumen todas las enseñanzas que había asimilado en su carrera artística. Originariamente pintada en tabla y después pasada a lienzo, es obra de madurez, ejecutada en Venecia, en 1475, para la iglesia de san Julián de la ciudad adriática.
El cuerpo apolíneo del santo está amarrado al árbol y atravesado por las flechas del martirio. Está solo en el centro de una vista urbana, una plaza que tiene a los lados edificios rematados por almenas y unidos entre sí por una arquería que amplía el ámbito con una perspectiva lejana. Diversos personajes, que no manifiestan emoción por la cruenta escena, animan los términos secundarios, en la calle y en la terraza que hay sobre los arcos.
Antonello se sitúa en un punto de vista muy bajo para realzar la figura principal y hacer destacar su cabeza sobre el alto cielo azul, en el que pone unas nubes blancas como contrapunto luminoso a la claridad del torso del mártir.
Esta luminosidad es típicamente veneciana y ha de atribuirse al contacto con los pintores que en aquel tiempo trabajaban en la república véneta y muy especialmente con Giovanni Bellini. Pero también han observado los comentaristas de esta obra que el tratamiento del espacio y de los valores atmosféricos parece una adaptación personal del estrilo de Piero Della Francesca. Y se ha señalado que el hombre tendido en el suelo, a la parte izquierda, presenta ese audaz escorzo, visto desde los pies, que tan grato era a Andrea Mantegna.
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