Max Ernst
Entramos de lleno en los orígenes del surrealismo. En 1920 había terminado en Colonia la experiencia dadá y Ernst se trasladaba a Paris en contacto con André Breton y su grupo. Es entonces cuando inician una exploración metódica de lo inconsciente, presidida por una preocupación cósmica.
En 1923, Ernst es huésped del poeta Paul Éluard en el bosque de Montmorency y es allí donde se revela como ilustrador de los sueños y los deseos más secretos. La angustia ante el universo y la apetencia de los instintos reprimidos son temas obsesivos de su producción de aquella época.
Ambos se combinan en este cuadro, astros en sus órbitas, regidos por una mano misteriosa; dos pares de piernas enlazadas bajo la luna, en esta rara composición ordenada por un riguroso eje de simetría, pintada precisamente en ese año. Es una pintura inquietante y enormemente representativa de la ebullición ideológica y plástica en Europa tras la primera guerra mundial.
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