El Greco
El pintor ha dedicado la máxima atención a la figura, que medita ante la calavera y el libro abierto. Su mano derecha se halla sobre el pecho, dispuestos los dedos en un abanico irregular de raigambre manierista, mientras que la posición de la izquierda es comparable a la del Cristo en el Expolio. La fuerza expresiva del personaje reside precisamente en el gesto de estas finas manos, de dedos afilados, que plasman el momento de ascesis mística y contrapesan la aparente serenidad del rostro, vuelto a la derecha, por donde irrumpe una luz sobrenatural. El manto envuelve a la figura sin revelar sus formas, en contraste con la ligereza de la túnica que permite la transparencia de un seno. La forma ojivada de los contornos de la Magdalena se integra en un escenario inconcreto; a la derecha aparece una roca por la que trepa una enredadera, mientras que a la izquierda el panorama se prolonga hasta el horizonte azulado a través de una llanura en la que existe un agrupamiento de cabañas. El cielo ha sido compuesto con audacia, quebrando las nubes en claros de formas poligonales. Por su belleza humana, la Magdalena recuerda el Tiziano del mismo tema, obra que, sin embargo, carece del ambiente de espiritualidad de este cuadro, cuya ejecución merece el calificativo de impresionista, en razón de la vivacidad y efectismo de las pinceladas con las que el artista ha puesto los toques luminosos.
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