Pablo Ruiz Picasso
Es el momento de su definitiva instalación en París, cuando Picasso, a sus veintitrés años y con los ojos bien abiertos, estudia a los maestros y asimila sus influencias para reducirlas a su propia genialidad. Corresponde esta composición a esa breve “época azul”, llamada así por el tono dominante en su paleta y en la que, como dice André Fermigier, “representa, dentro de una decoración intemporal, a una humanidad desmedrada, extenuada por el trabajo y el hambre”. En efecto, dentro de un espacio abstracto, vemos esta media figura de mujer casi desmaterializada, con expresión de honda melancolía en su agudo rostro.
Lo más sorprendente de este cuadro es la sobriedad de los medios que el pintor ha puesto a contribución para lograr tan emotivo resultado. Parece más la obra de un maestro maduro a quien le sobran los recursos y puede con su talento llegar a esta quintaesencia pictórica, que la labor de un joven artista que intenta abrirse camino en el mundo del arte.
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